GUILLERMO GALVÁN Y LOS ENTRESIJOS DEL «TOTALITARISMO NOIR»

No creo en el cantonamiento de los géneros y, como autor y lector, suelo refutar los precintos sellados: a los que en cambio son tan aficionados los feligreses devotos de la más estricta ortodoxia con las respectivas reglas narrativas de cada santuario literario. «¿Es esto novela negra o no?» ; «¿De verdad es novela histórica?»; «¿Puede considerarse aquello novela de espionaje?», se repite en una u otra comunidad de lectores. Las respuestas acostumbran a ir en un sentido u otro según se cumpla o no a raja tabla con ciertos cánones establecidos por los llamados «Maestros», «Clásicos» o como se quiera denominarles. En nombre de esa ortodoxia han surgido debates más o menos estériles y siempre de espaldas a la innovación narrativa. Quienes participamos en dichos foros sabemos mucho de esas discusiones convertidas en senderos hacia ninguna parte.

Al hilo de lo apuntado, particularmente continuo defendiendo la hibridad narrativa como fuente de riqueza de la creación literaria y desde la constante búsqueda de los vasos comunicantes entre los diversos géneros, que son por donde circulan y se intercambian las problemáticas comunes. No existe novela histórica que no hable por momentos de la perversidad del poder, ni tampoco novela negra que no ilumine un contexto histórico, político y social, de la misma manera que no hay obra de espionaje que no recoga las cloacas de la historia o recuerde la maldad del ser humano. Es con esos vasos comunicantes que Guillermo Galván ha trabajado en su último novela Morir en noviembre (Harper Collins, 2021), y por la vía de un personaje singular, el detective Carlos Lombardi, un policía republicano protagonista de una serie ya con dos anteriores entregas,Tiempo de siega (2019) y La virgen de los huesos (2020), ambas editadas por el mismo sello.

Madrid, 1942. Carlos Lombardi continua «señalado» bajo libertad vigilada, protegido por su ex jefe en la policía, un hombre favorable a los nacionales, pero al que le ata un respeto personal y profesional a raíz de sus trayectorias comunes durante la dictadura de Primo de Rivera y después, en los años de la República. Tiempo de hambruna en ese Madrid de las cartillas de racionamiento y los buitres estraperlistas, Lombardi sobrevive como colaborador oficioso de la Dirección General de Seguridad en la sección de la Criminal, al tiempo que trabaja como detective privado en la agencia Hermés, propiedad de un comisario retirado.

En el mes de noviembre, recibe la visita de una austera empleada de tienda que requiere sus servicios: un viejo y fiel amigo de su difunto marido y con el que sigue manteniendo una estrecha relación, ha desaparecido como por arte de magia. A Lombardi le tocará dar con él. Todo apunta a su suicidio, dado que su cadáver ha sido encontrado junto al cuerpo de una mujer del que se desconoce la identidad. Ayudado en su investigación por un compañero de la agencia de detectives, antiguo guardia de asalto purgado por el régimen, y por una auxiliar del Departamento de Identificaciones, joven falangista de espíritu independiente, moderna, muy atípica respecto a los valores de la Sección Femenina, Lombardi va encontrarse con un asunto más serio de lo que había llegado a suponer. Lo que en principio parece un caso de bajo vuelo, oculta en realidad un asunto político de gran calado y del que dependenderá el futuro de una Europa inmersa en una guerra atroz.

Hay que decir que, por su estética,ambientación y personajes, la obra de Galván es capaz de captar a los lectores más apasionados de aquel mitico cine negro norteamericano de la época dorada de Hollywood, (con sus andros llenos de perdición, de gansters, de femmes fatales y glamur), pero sin por ello caer en la frivolidad. Y es que Guillermo Galván no pierde de vista esa oscura y parca España del Nuevo Estado, de la opacidad y abuso de poder por parte de un régimen totalitario y corrupto, ni tampoco a esa sociedad española asolada por la miseria y la injusticia. La misma que los lectores podrán percibir a través de los ojos de Carlos Lombardi.

Se me antoja pensar que Galván, además de novelista, merece también el estatuto de eso que llamamos de forma coloquial, una rata de biblioteca: así lo demuestra su buen conocimiento histórico de los fascismos más allá de nuestras fronteras, y sobre el que nos ilustra sin caer en una lastrante disertación y siempre manteniendo viva la magia ficcional. Pero más allá de la trama histórica y detectivesca, no cabe duda que la verdadera locomotora de la exitosa serie de Galván es su protagonista, un personaje magnificamente logrado, de un enorme magnetismo y capaz de establecer vínculos de intimidad con el lector.

Es sabido que el cine de los 40 y sus diversas mimetizaciones de los últimos años contribuyeron a asentar en el imaginario colectivo las configuraciones simbólicas y representacionales en torno a los protagonistas del género negro, plasmadas, por lo común, en modelos establecidos y hegemónicos de masculinidad. En este caso, Galván otorga amplia libertad a los caprichos del lector cuando se trata de Carlos Lombardi. Algunos podrán ver en él a ese entrañable y mítico Humphrey Bogard en el papel del detective Marlowe y otros al guapisimo Kevin Kostner encarnando a Eliot Ness. Por hacer honor a nuestra tradición cinematográfica, quizás el resto perciba en Lombardi una mímesis del inspector Ángel Barciela, interpretado por el joven, atractivo y viril Carmelo Goméz en Tu nombre envenena mi sueño: el gran film de Pilar Miró sobre el Quinta Columna, basado en la obra del entonces todavía políticamente honorable Joaquin Leguina. Después de todo, la literatura está para abrir los surcos de la imaginación.

La licencia que pueda tomarse cada lector con el universo de la fantasía erótica no debe sin embargo alejarnos de la esencia del personaje. Y es que Lombardi encarna, no solo a esa policía moderna que pretendió poner en pie la Segunda República, sino también el espíritu de aquella España de los «vencidos» que se vio condenada al desconcierto y la resignación cuando el mundo empezó a dividirse en dos bloques irreconciliables. Eso es lo que abre incógnita sobre el final que Galván le dará a esta serie y que, en mi modesta opinión de lector, no debería ir más allá del período histórico de aquella tenebrosa España de la esperanza perdida.

No cabe duda que eso que se ha venido a denominar, «Totalitarismo Noir», y en el que se inserta la obra de Guillermo Galván, aporta nuevos aires a un género negro que se va deslizando por los caminos de la repetición y el autoplagio de muchos autores que escriben sobre plantillas abdicando de cualquier originalidad. Para los devotos de la tradición narrativa sobre la guerra y la posguerra española, Morir en noviembre es un magnifico regalo literario que nos reconcilia con la memoria histórica.

FICHA TÉCNICA

Autor: Guillermo Galván

Título: Morir en noviembre

Editorial: Harper Collins

Lugar de edición: Barcelona

Año de edición: 2021

Número de páginas: 445

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ALMUDENA GRANDES: EL ÚLTIMO BASTIÓN FRENTE AL REVISIONISMO

El pasado 27 de noviembre nos dejó la que venía siendo sin duda una de las grandes sacerdotisas del panorama literario español: Almuneda Grandes (1960-2021). La conmoción en los círculos intelectuales y literarios, así como en las comunidades lectoras, hizo unanimidad. Campechana y carismática, gozó de una merecida popularidad, sobre todo por su habilidad en conectar con los ciudadanos y los lectores. Una amiga me comentaba que, al leer a Almudena Grandes, era como si le conociese personalmente. El dolor por su desaparición se hace mayor para aquellos que hemos centrado nuestra labor en analizar las relaciones entre Literatura y Memoria Histórica.

Surgida en el mundo literario en 1989 con una obra de género erótico, Las edades de Lulú, un éxito de ventas por su lado transgresor, Grandes tuvo una primera etapa compuestas por obras como Te llamaré viernes (1991), Malena es un nombre de tango (1994) o Los aires dificiles (2002), que indigaron en los aspectos más profundos de la condición humana como la tristeza, la soledad, el deseo o la búsqueda de la libertad. Fueron novelas con las que Grandes apuntó maneras como una de las mejores narradoras de las últimas decádas. Sin embargo, es con El corazón helado (2007), la historia de un rico empresario franquista, ex voluntario de la División Azul y con un oscuro pasado durante la Guerra Civil, que Almudena Grandes va a adquirir su verdadera voz literaria. El corazón helado fue un preambulo a Ignés y la alegría (2010), una obra sobre los maquis y la ambición del Partido Comunista de derrocar a Franco casi al final de la Segunda Guerra Mundial. Una novela que supuso el inicio de su serie Episodios de una guerra interminable: proyecto literario de urdimbre galdosiana que terminará estando constituido por cinco novelas que se convertirán en un testimonio histórico y narrativo de los años más crudos de la posguerra española. Ignés y la alegría , así como El lector de Julio Verne (2012), ilustraron las últimas esperanzas de acabar con el franquismo en la inmediata posguerra, pero Las tres bodas de Manolita (2014), que ambienta la etapa más dura del nacional-catolicismo , va a tratar de la definitiva consolidación del regímen franquista y de la resistencia de una parte de la sociedad y de las mujeres en particular, frente un Estado abocado a perpertuarse y cuando el exilio republicano se consumía en la desesperación, el pesimismo y la resignación. No cabe duda que la entrega más crítica y valiente de Episodios de una guerra interminable fue Los pacientes del doctor García (2017), que le valió el Premio Nacional de Narrativa y en la que puede encontrarse la denuncia de la España de Franco como refugio de criminales nazis al final de la Segunda Guerra Mundial. La madre de Frankenstein (2020) supuso la última novela de los Episodios antes de que la muerte sorprendiese a la escritora: una obra que va a reflejar los abusos del franquismo en el ámbito de la psquiatría, pero también denunciar esos roles y modelos de feminidad impuestos por un regimen que había liquidado todas las conquistas de las mujeres durante la Segunda República.

Intelectual de izquierdas, nunca desvinculó sus posiciones políticas e ideológicas de la propia vocación de su producción literaria. Los besos en el pan (2015), una novela de circunstancia ambientada en la época actual y escrita durante los peores años de la crisis económica estallada en 2008, no es desvinculable de las originarias intenciones de Almudena Grandes con los Episodios: la denuncia del poder, de las injusticias, de la pobreza y del avasallamiento de los más débiles. Para ella, aquella crisis no era otra cosa que un retorno social a los peores años de la posguerra.

Almudena Grandes junto a Santiago Carrillo, en el Congreso durante la votación de la Ley de Memoria Histórica

La producción de Almudena Grandes se convirtió sobre todo un alegato contra el silencio en torno a la represión franquista y una oda a la memoria. Pensaba que la literatura podía compensar los mutismos en torno a aquella época, consensuados durante una Transición hacia la que ella misma se sintió muy crítica. Entendía que había que erradicar el silencio de los hijos de la guerra, que eran los que habían aceptado olvidar, muchas veces movidos por el miedo, otras por la amargura ante el pasado y el dolor por una infancia e inocencia truncadas. Cómo hubiese dicho Jordi Solé Tura, aquella era una generación a la que le había caído encima toda la historia de España y su eterna tragedia. La idea por parte de Grandes de darle a su serie el título de Episodios de una guerra interminable no era inocente. Sabía que aquel conflicto había marcado el recuerdo y la etapa vital de unos hombres y mujeres que preferían la desmemoria. Sin embargo, Grandes pensaba que, allí donde fallaba de transmisión de la historia oral de quienes habían vivido la guerra y la posguerra, debía estar la literatura al servicio de un pasado deliberadamente sepultado. Puede, en ese sentido, que las voces literarias comprometidas contra las injusticias de los tiempos pretéritos, como fue efectivamente la de Almudena Grandes, ejerzan de dique frente una historiografía cada vez más escorada hacia las laderas más reaccionarias: la posición de la arcaica e ideológicamente fosilizada Real Academia de la Historia sobre la naturaleza del régimen franquista habla por sí misma.

No hace faltar recordar que aquel «consenso» que en el 78 se convirtió en una «virtud pública» en aras a la construcción de una comunidad de los ciudadanos, hoy se ha transformado en un instrumento ideológico al servicio de los que atacan por tierra, mar y aire a la Ley de Memoria Histórica y Democrática. Inútil también pararse a reflexionar sobre la problemática relación que la derecha española tiene con su pasado. Y eso es lo que no se cansó de recordarle Almudena Grandes. Comentaba alguien la misma tarde de su fallecimiento, que la obra de Grandes había sido un relato épico sobre los vencidos, la represión y las injusticias sufridas a manos de un regimen totalitario. En un momento de ofensiva emprendida por una extrema derecha demagógica y vergonzante, sobre todo con pretensiones de otorgar una fuente de legitimidad al alzamiento del 18 de Julio y relativizar la envergadura histórica del franquismo y de sus males, no cabe duda que la obra de Almudena Grandes puede ser el último bastión de resistencia contra una cloaca revisionista en la que, desgraciadamente, también se ha querido hundir cierta literatura barata.

CRÍMENES DECIMONÓNICOS

Nunca he creído en el encasillamiento de los autores, que suele sepultar facetas narrativamente interesantes de los mismos, como tampoco soy devoto de la rígida delimitación de la identidad de los géneros literarios, que alimenta procesos de exclusión. En las diversas comunidades lectoras de las redes sociales suelen existir muchos debates sobre si una novela es fiel a las normas impuestas por su respectiva familia literaria. Que decir que no hay nada más aletargante que las interminables discusiones sobre qué es novela histórica, qué es novela negra, qué es novela de espionaje etc… Un autor puede ser tan diverso en sus inquietudes intelectuales y literarias, pero sobre todo, en aquello que quiere contar, que sería absurdo pretender su obligada inserción en un determinado género y desde la absoluta fidelidad a sus reglas: en muchos casos, pasadas de moda, cuando no, prosaicas. Con esto quiero apuntar que mi apuesta casi siempre es por las escrituras «fronterizas», las que saben bordear los géneros literarios sin caer en la telaraña de ninguno. Si algo ha caracterizado a Carlos Bassas del Rey con su última novela, Cielos de Plomo, (Harper Collins, 2021), es eso, deslizar su pluma por los márgenes, en este caso, tanto por los del género negro como los del histórico. No hay que olvidar, en ese sentido, que son las novelas que más han sabido establecer vasos comunicantes entre ambos las que mejor acogida están teniendo en los últimos tiempos, sobre todo como fuente de innovación en el sobreexplotado mercado editorial del «Noir».

Barcelona, primera mitad del siglo XIX. Miguel Expósito, un joven marginal, huérfano, huésped habitual en su adolescencia de correccionales y prisiones y miembro de la Tinya , una organización sectaria de delincuentes y matones que se reparten el dominio de los distritos de los bajos fondos de la ciudad condal, llora la muerte de un amigo: Víctor. Acaba de ser salvajemente asesinado bajo un ritual de una particular crueldad. Sin otro signo de identidad que el desarraigo y la falta de pasado, Miguel había encontrado en su amigo la única referencia positiva de su existencia. La ira y la sed de venganza van a crecer en él. A partir de entonces, solo tiene un objetivo: reparar a su amigo. Narrador de su propio periplo en esa búsqueda del asesino de Víctor, la trama nos va a adentrar en todo un mundo pretérito, oscuro origen de esa Barcelona de hoy.

Hay que decir que se trata de la novela más «social» de Carlos Bassas del Rey, así como la más desmitificadora, sobre todo en la medida que Bassas ha conseguido sumergirse en los subsuelos históricos de una Barcelona que no siempre fue la que cuentan los campeones de la autocomplaciencia: la urbi idílica, envuelta en la memoria del modernismo de principios del siglo XX, de la revolución urbanística y arquitectónica y de la propia gloria de una burguesía industrial, socialmente en ascenso al carro de los proyectos regeneracionistas y la emergencia del catalanismo cultural y político. A través del personaje de Miguel Expósito, Bassas nos retrotrae a esa ciudad más lejana de las murallas, inhóspita, insalubre, dominada por la desigualdad, la miseria, la marginalidad, el abuso de poder, la injusticia y el desarraigo. Como nota suplementaria, nos lleva también hacia la historia de esa naciente Medicina Legal y ciencia forense que caracterizaron a la primera mitad del siglo XIX, donde la razón se acabó imponiendo a las tinieblas de la superchería. Hay que sumar que la novela tiene por momentos un exquisito lado sherlockiano y que puede que ejerza un cierto magnetismo en los devotos del género detectivesco decimonónico. Novela en la que se mezclan personajes reales con otros imaginarios, el autor nos recuerda a través de Miguel Expósito algo esencial: de cómo detrás de los más nobles sentimientos también pueden ocultarse los más bajos instintos.

Afincado en Pamplona, pero autor barcelonés de origen y de corazón, Bassas del Rey ha sabido proyectar una mirada histórica sorprendentemente crítica sobre su ciudad y la bajeza humana y moral de ciertas de sus gentes. Hibrido de género negro, detectivesco e histórico, Cielos de plomo es sin duda la más valiente y lograda novela de un autor que ha ido haciendo camino, superándose en cada una de sus obras.

FICHA TECNICA

Autor: Carlos Bassas del Rey

Título: Cielos de plomo

Editorial: Harper Collins

Lugar de edición: Barcelona

Año de edición: 2021

Número de páginas: 302

LA AMISTAD ENTRE EL ALTO AL FUEGO

El cine y la novela de género bélico estuvieron, por tradición y esencia, dominados por la simbología de la sangre y la amenaza de la muerte, el heroísmo y la virilidad, donde la camaradería siempre se veía articulada alrededor del patriotismo y el odio sin matices hacia el enemigo. La derrota del otro constituía el elemento épico central y cualquier cinéfilo o lector solía acabar haciendo suya la victoria de los protagonistas. La trama bélica apareció así como una historia de hombres, sobre hombres y entre hombres, donde la escenificación siempre canalizaba una serie de valores culturales propiamente masculinos. Era el imperio de lo maniqueo y no existía hueco para la piedad en un mundo donde la violencia y la destrucción constituían la gran brújula. La temática de la Guerra Civil no escapó de esa estructura narrativa, en la que los matices no existían y la carga ideológica de uno u otro signo desbordaba por los cuatro costados.

Afortunadamente, hoy corren nuevos tiempos y surgen nuevos autores que han sabido diluir ciertas ideas establecidas y representaciones en torno a ese episodio de la historia de España, tanto en los aspectos épicos como en los sociales, políticos y simbólicos. Uno de ellos es sin duda Francisco José Jurado, un abogado, periodista y escritor en origen surgido en el panorama literario de la mano de la novela negra, sobre todo a través de la creación del personaje del inspector Benegas. Ajeno a los encasillamientos, Francisco José Jurado ha demostrado su habilidad para moverse por otras laderas narrativas, en este caso, el de la novela histórica. Un ejemplo de ello es su reciente obra La guerra de los mundos (Algaida Editores,2020).

Francisco José Jurado 

En plena batalla del Ebro, un teniente del bando nacional, Martin de Mendoza, y un miembros de la XV Brigada Internacional Abraham Lincoln, Jeffrey Henderson, se reúnen en secreto para intercambiar tabaco y papel de fumar, que escasean en cada lado de las dos trincheras. Los altos mandos de los dos ejércitos lo toleran, a sabiendas que dicho trueque puede animar a unas tropas a las que consume la ansiedad. No es el único encuentro que protagonizan Martin y Jeffrey y, de hecho, el primero tendrá lugar un año antes en otra cruenta batalla: la del Jarama. Desde entonces va a nacer una larga historia entre dos hombres que, estando distanciados en sus causas e ideas políticas, mantienen numerosos lazos, entre ellos, su gusto por las letras y sus propios pasados repletos de renuncia y frustración. Un vestigio de amistad que volverá secundario todo lo que les separa. De repente, un acontecimiento cambiará el rumbo de la propia guerra y, en especial, de una batalla que se revela crucial en un momento en el que la suerte está echada para cada uno de los contrincantes. El bando nacional y el Ejercito Popular se ven abocados a un breve alto al fuego. Al otro lado del Atlántico está ocurriendo algo que amenaza a la humanidad: un invasión extraterrestre que ha empezado a sembrar la destrucción en Estados Unidos. ¿Qué hacer?, ¿Qué y a quién creer? se preguntan los altos mandos de uno y otro lado entre el recelo y la duda. Es en medio de esa paralización de las hostilidades que los destinos de Martin y Jeffrey tomarán un inesperado sendero.

A través de una historia trepidante, hibrido de realidad y de ficción, donde se entremezclan personajes imaginarios con personajes históricos insertos en una estructura narrativa magníficamente construida y una trama de perfecto hilvanado, Francisco José Jurado le da magia ficcional a la última etapa de la Guerra Civil. Llevará al lector por un periplo lleno de historias de espionaje y contraespionaje, de agentes dobles, de traidores y de disidentes, al tiempo que nos ilustrará sobre los entresijos de la política internacional, recordándonos cómo esa batalla del Ebro solo va a convertirse en el primer acto de la catástrofe que cundirá en Europa a partir de 1939. Es envueltos en un torbellino de intrigas, de odio, de desconfianza, de circunstancias adversas y de las más inmundas bajezas humanas que Martin y Jeffrey, asolados por la decepción respecto sus propias causas, intentarán salvar su amistad a riesgo de sus propias vidas.

El interrogante que ejerce como reclamo para el lector es cómo podía haber resultado la resolución de la guerra de haber sido verídico el episodio que dinamiza la trama. No hace falta recordar que la providencia en condiciones de salvar a la República llegó con retraso y que así terminaron siendo las siguientes cuatro décadas de la historia de España. Por mi parte, la pregunta no es cómo podía haberse revelado el pasado y el devenir de nuestro país, sino cómo es nuestro presente. En ese sentido, no cabe duda que la problemática que envuelve a toda la historia es de una terrible actualidad, en especial en un momento como el nuestro, dominado por el poder de las redes sociales y el fenómeno de las fakenews como elemento de manipulación y arma arrojadiza contra los adversarios políticos. Esa fuerza de la comunicación es la que comprendió Orson Welles en los años treinta y en un contexto histórico constituido por el propagandismo, los movimientos de masas y la experiencia de los totalitarismos. Se me antoja que en las intenciones de Jurado está el homenaje a uno de los actores y directores de cine más importantes del siglo XX, que supo percibir el gran mal de su tiempo: el terrible magnetismo de la mentira. Cabe apuntar, desde luego, que Francisco José Jurado acaba de hacer un nuevo aporte a la renovación narrativa sobre la Guerra Civil española, convirtiendo el pasado en un instrumento de reflexión para el presente.

FICHA TECNICA

Autor: Francisco José Jurado

Título: Dos mundos en guerra

Editorial: Algaída Editores

Lugar de edición: Sevilla

Año de edición: 2020

Número de páginas: 387

DESTINOS UNIDOS POR LA TRAGEDIA

Parece que los grandes grupos editoriales nos vienen brindando de un tiempo a esta parte a nuevos y jóvenes novelistas que tienden a aerear al panorama literario comercial de los sobreexpuestos y déjà vu autores superventas, muchos de ellos con tendencia al autoplagio y en periodo de rebajas respecto a su calidad creativa. Una de esas jóvenes promesas es el carismático youtuber y profesor de enseñanza secundaria José Antonio Lucero, cuya primera novela, La vida en un minuto (Ediciones B, 2021) , acaba de tener una excelente acogida.

Madrid, 1943. La capital celebra el fin de año desde el ilusionismo de la paz, que oculta mal la permanencia en los espíritus de esas «Dos Españas» en realidad muy alejadas la una de la otra. Al igual que otras familias, Daniel Baldomoro malvive en el parque del Oeste, último residuo urbano y símbolo de la destrucción dejada por la Batalla de Madrid. Inmerso en una vida de clandestinidad, se sabe buscado por la Brigada Político-Social. Comprende que no puede permanecer por más tiempo en la ciudad, convencido que la policía franquista acabará por atraparle. Ayudado por Rafael, «el cojo», un tabernero estraperlista, lleno de tristeza, amargura y remordimiento con el que mantiene una relación paternal, Daniel prepara su huida.

Al lado de la miseria y la privación que domina el parque del Oeste, existe otro mundo, el de Julita, una chica del barrio de Salamanca, perteneciente a una familia de la alta burguesía inmersa en la ruina económica y cuyo estatuto social está dependiendo del futuro matrimonio con Jorge: un joven celoso y posesivo, hijo de una acaudalada y prestigiosa familia de abogados. Estudiante de Filosofía y Letras, repleta de inquietudes intelectuales y apasionada por la poesía, Julita duda de ese noviazgo y aborrece del rol social que le está predestinado en esa España del nacionalcatolicismo que acaba de liquidar todos los sueños de emancipación de las mujeres durante la Segunda República. De repente, surge un hecho que amenaza con poner en peligro el compromiso de los dos jóvenes y abocar al escandalo y la vergüenza a las familias de los prometidos. La solución está en unos breves días de ausencia de la capital, el tiempo que la situación se apacigüe y todo vuelva a su curso. Una estancia en Galicia, donde Julita tiene sus orígenes familiares, aparece como la mejor solución. Julita y su madre, Trinidad, deciden emprender viaje en el tren-correo Madrid-Coruña: el mismo que va a tomar Daniel Baldomoro . Ninguno de los dos saben que se cruzaran sus destinos y que la tragedia será su horizonte común. En efecto, el recorrido de ese tren-correo lleva un nombre: la muerte.

Almudena Grandes, nuestra gran sacerdotisa literaria sobre el periodo de la guerra y la posguerra española, ha tenido ocasión de recordarnos una de las peores tragedias ferroviarias en la España de los años 40 y celebrar que la literatura se haya hecho eco de ella, después de que aquel primer franquismo de la autarquía se esforzase en ocultarla a la opinión pública. Es mérito de Juan Antonio Lucero, no solo de rescatar aquel acontecimiento, sino también haberle dado un singular toque literario, en el que la magia de lo ficcional convive con el drama de la realidad histórica. Cabe apuntar que la configuración del personaje de Daniel Baldomoro, gran dinamizador de toda la estructura narrativa, se revela de una exquisita singularidad. La construcción de su perfil identitario por parte de Lucero evoca un pasado histórico peninsular caracterizado por una gran pluralidad cultural, la misma que la parafernalia fascista se esforzó en borrar de la memoria colectiva en nombre de una España supuestamente erigida en la reserva espiritual de Occidente. La novela abunda de flashbacks, articulados con un cuidado orden cronológico que vela de no desorientar al lector y que ponen luz al verdadero periplo del personaje central: perseguido por el recuerdo de su pasado familiar y de una guerra fratricida que escapa a su comprensión.

El autor demuestra una prosa amena y ligera, desprovista de filigranas lingüísticas , pero sin perder el sentido estético del lenguaje literario y la empatía con la diversidad de las comprensiones lectoras. Se deja entrever algún puntual tropiezo narrativo, sin embargo muy propio de los autores noveles y que suelen ser paliados con eso que en la producción literaria llamamos coloquialmente, «adquirir oficio».

Desconciertan a veces los comentarios aparecidos sobre la verdadera naturaleza de la obra y que, bajo los objetivos del reclamo comercial, se ha querido vincular con el ´genero romántico. Parece que Leonardo DiCapario y Kate Winslet han revolucionado voluntaria o involuntariamente el universo ficcional y que ya no sabemos ver las relaciones de género bajo otro prisma que el que nos facilitó uno de los peores bodrios cinematográficos de los años 90: las planas, insulsas y baratas historias de amor entre parias y patricios. No hay nada de ilegitimo en que se haya querido captar a un determinado público lector, pero vender una obra bajo la etiqueta del género romántico, cuando en realidad se trata de una novela histórica, es hacer poco honor a la profundidad de la trama y entender mal las verdades intenciones del autor. No está de más recalcar que Lucero no nos habla tanto del amor, como de la lealtad, la amistad y la complicidad intelectual en ese clima de vacío cultural imperante en la España de la posguerra. La obra es, a ese respecto, una entusiasta oda a la zambrana Razón poética. Hecho este inciso, es mérito añadido de José Antonio Lucero haber ilustrado con talento esa España de las tinieblas, de las desigualdades, del despotismo, de la mentira y, sobre todo y ante todo, de la indefensión de la sociedad frente al poder. Se trata pues de un autor que ha hecho una nueva aportación literaria a la Memoria Histórica y Democrática de nuestro país. Y es de agradecer.

FICHA TÉCNICA.

Autor: José Antonio Lucero

Título: La vida en un minuto

Edición: Ediciones B

Lugar de edición:Barcelona

Fecha: 2021

Páginas: 413

TIEMPOS DE ARTE Y DE REVOLUCIÓN: SOBRE «LA AVENIDA DE LAS ILUSIONES» DE XAVI BARROSO

Sigo reafirmándome en el papel fundamental que juega el universo ficcional en la transmisión del conocimiento histórico, sobre todo en un momento de desvalorización de las ciencias sociales y de un profundo elitismo académico de la investigación historiográfica que alejan al ciudadano común del interés por la memoria colectiva. En el caso concreto catalán, la propia parafernalia de urdimbre simbólico-identitaria ha contribuido a sepultar una determinada etapa de la historia colectiva, sobre todo la que más contraviene a los intereses de la demagogia victimista. Factor explicativo de que el pasado más fructífero de Cataluña, en lo político, en lo social y , desde luego, en lo cultural, lo intelectual, lo literario y lo artístico, como es el caso del primer tercio del siglo XX, empiece a ser objeto de tabula rasa en beneficio de un rudimentarismo provinciano. Es mi propia mirada sobre la situación actual que vive Cataluña lo que sin duda motivó mi la lectura de la obra de Xavi Barroso, La avenida de las ilusiones (Grijalbo,, 2020).

Guionista de profesión, Xavi Barroso es un autor novel catalán originario de la ciudad de Granollers y que, a pesar de su juventud, ha sabido proyectarse con un temprano éxito en el panorama literario al amparo de uno de los grupos editoriales más importantes del país. No es necesario precisar que la excepción siempre prima sobre la regla en un mundo editorial lleno de obstáculos, donde los sellos independientes constituyen el paso casi obligatorio para cualquier autor que debuta. Más allá de lo apuntado, no cabe duda que la obra alberga su singularidad.

En plena Semana Trágica, Francisca y María Romero, dos hermanas crecidas y educadas en un medio rural ,se trasladan a Barcelona, repletas de incertidumbre y sin otras miras que las de dedicarse al servicio doméstico en casa de los Puig: una preeminente familia de la burguesía barcelonesa, símbolo de una clase social modernizadora, pero al mismo tiempo espantada ante las revueltas sociales crecidas a la luz de la industrialización y el auge del movimiento anarcosindicalista. Si María vive con sus secretos y unas aspiraciones muy limitadas que se reducen a los muros de la casa de los Puig, Francisca clava la vista en otro horizonte: quiere ser actriz y, sobre todo, una mujer libre. Al tiempo, conoce a Joan, un activista de la C.N.T que se convierte en su amante. Francisca tiene que enfrentarse, no solo a los prejuicios de clase y el señoritismo que impera en casa de los Puig, sino también a un periplo en el que le tocará luchar contra los roles que la sociedad de su época pretende asignarle por su condición de mujer. Dentro de su relación con Joan, también se ve desgarrada entre los sueños colectivos de justicia social que mueven a su amante y sus propios proyectos individuales, que no siempre coinciden. Al tiempo, entabla una amistad ambigua con Tomás, el hijo menor de los Puig, un joven con tendencias depresivas, pero al que la va a unir el gusto por la literatura, y con Jaume, otro joven de familia acomodada, aspirante a dramaturgo que no acaba de creer en su obra. Gracias a ambos, va descubriendo el universo a la vez sórdido y magnético del Paralelo. Francisca no quiere renunciar a sus sueños, pero la realidad se muestra caprichosa y su trayectoria y la culminación de sus propias aspiraciones van a pasar por un camino mucho más escabroso de lo que ella imaginaba, interfiriendo por momentos el flaqueo, la duda y la tentación de la renuncia a eso en lo que pretende convertirse. De hecho, la vida de Francisca está llena de contradicciones y dobles raseros, donde la felicidad a través de los viejos cánones del amor romántico entra en litigio con la propia voluntad de emancipación femenina que traerá la Guerra del 14 en Europa. La vida de Francisca termina por convertirse en un eterno reempezar, en medio de la alineación obrera y los propios entresijos de un mundo del espectáculo repleto de obstáculos, subsuelos , bajezas, mezquindades, pasillos oscuros y prejuicios hacia su propio sexo.

La obra de Xavi Barroso es un homenaje al mundo del teatro, sin caer en su sublimación y siempre en un juego que se mueve entre las luces y las sombras, entre el sueño y la realidad, entre el triunfo y la frustración. Pero es sobre todo una oda a unos tiempos y universos revolutos, amenazados por la desmemoria en la era de la información, la digitilización y las nuevas tecnologías que alimentan el gusto por lo virtual, adulterando así la esencia misma de lo artístico: la parte más humana de los individuos. No resta en mérito la parte ambiental y contextual, que nos traslada a una época repleta de episodios políticos y sociales, desde la crisis del régimen de la Restauración, pasando por el catalanismo burgués y los proyectos regeneracionistas, hasta llegar al anarcosindicalismo y el pistolerismo: una crónica histórica ligera y sin afanes de disertación, pero sin la cual resulta difícil darle inteligibilidad a los posteriores dramas colectivos de los que Francisca acaba volviéndose testigo en el otoño de su propia carrera artística. La técnica narrativa muestra bastante autonomía y originalidad respecto a los tradicionales y anticuados cánones de la novela histórica más clásica, siempre llena de grandes personajes y episodios épicos. El devenir colectivo adquiere presencia, no a través de grandes cronologías, sino de la experiencia de personajes ficcionales y anónimos,que facilitan el acercamiento del lector al pasado. Novela construida desde el tono intimista de la protagonista y con un estilo narrativo que evoca en algunos de sus pasajes al más puro impresionismo laforetiano, La avenida de las ilusiones nos ilumina, no solo sobre uno de los espacios urbanos más emblemáticos y entrañables de la ciudad de Barcelona, sino también sobre una parte de la historia de Cataluña y España que no podemos obviar.

FICHA TÉCNICA

Autor: Xavi Barroso

Título: La avenida de la ilusiones

Editorial: Grijalbo

Lugar de edición: Barcelona

Año de publicación: 2020

Número de páginas: 508

 

LA CAUSA DE LOS PROSCRITOS: SOBRE «LA MILICIA DE LA NOCHE» DE JOSÉ MANUEL DEL RÍO

 

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La guerra es la continuación de la política por otros medios, decía Clausewitz. En toda contienda estaban los intereses del Estado, de las clases dirigentes, de los grupos económicos, del mundo castrense… Las  víctimas siempre moraban en la sociedad civil,  que sufrían de las decisiones de los que controlaban el devenir colectivo. Ese fue el precepto moral del pacifismo frente a la concepción propiamente maquiavélica de la política, en el que la violencia y la perversidad se adscribían al poder, al mismo tiempo  que se daba por hecha la victimización de la sociedad y su inherente bondad. La cuestión está en saber hasta dónde la realidad histórica da carta de validez a esa dicotomía moral. El acontecer de la guerra civil española reafirma el interrogante: para nadie es un secreto  de que en  ella  no todo fueron profundas convicciones y grandes ideales y que detrás de las cuestiones políticas, sociales, ideológicas o religiosas, se hicieron hueco  las rencillas, las enemistades personales, los ajustes de cuenta, la sed de venganza y una violencia gratuita. No cabe duda, a ese respecto, que los desviados y los campeones  del crimen,  en tiempos normales proscritos sociales,  lograron hacerse  hueco en una sociedad  caída en el caos. Los crímenes sociales e individuales van a así a confundirse con los crímenes políticos y colectivos. Sin duda ese es uno de los grandes temas de la novela de José Manuel del Río, La milicia de la noche. (Ediciones B,2020).

                             Fidel Lobo es el capo de una banda de delincuentes de los bajos fondos de Barcelona. Pep el Rata y el Bucanero son sus segundos de abordo. Hasta el momento solo se dedican al robo, la intimidación y el asesinato sin escrúpulos. Sin embargo, les sorprende el alzamiento del 18 de Julio y los enfrentamientos en la ciudad entre los partidarios y adversario de la rebelión militar. Durante los primeros días no acaban de dar crédito a lo que ocurre y están dominados por la desorientación. La política no les interesa, ni tienen ninguna convicción ideológica en concreto. Solo saben de la violencia y el placer sádico que esta proporciona. Ciertos de ellos han hecho alguna incursión en el contra-pistolerismo frente a la violencia ejercida por la patronal catalana  en la década  anterior, pero lo han concebido como una dimensión más del gansterismo en el que se han forjado, que como una causa. En 1936 siguen sin saber de qué lado están en medio de esa sociedad polarizada que se dirige al abismo. Su momento llegará a partir del instante en que el anarcosindicalismo se hace con el control de la ciudad después de la definitiva aplastamiento de Goded y las fuerzas favorables a Franco. Un Delegado  vinculado a la C.N.T y a la Generalitat republicana va a asignarle a Fidel Lobo  una misión : ayudar al control de los elementos fascistas y al triunfo de la revolución social. Al lado de Lobo está  también Antonio, un joven  idealista. A través de la epístola con su padre,  Antonio va contando los desconciertos,  decepciones e incertidumbres que le provoca una guerra de la que sabe que la República saldrá vencida. La violencia sin sentido, la prostitución, el proxenetismo, un ejercito desorganizado compuesto por estúpidos, las Patrullas de Control y el caos en medio de un bando republicano dominado por la división que desembocará en los acontecimientos de Mayo del 37, constituyen el contexto de la trama y de las propias cartas de Antonio a su padre.  La milicia que encabeza Lobo y los suyos sabrán aprovecharse de la situación, apelando a los valores de una sociedad libertaria que en realidad oculta otra realidad : el gusto por la violencia de una banda de  oportunistas en verdad sin ninguna convicción.  Antonio  es el único que termina preguntándose si la locura en la que está inmersa el país merece la pena. Debajo de las banderas y las proclamas solo están el egoísmo, la maldad  y el lado más ruin del ser humano. 

                    Todo sabemos hasta qué punto es tabú poner en cuestión la gestión de la guerra por parte de las autoridades de la Segunda República y subrayar la responsabilidad de cierta izquierda en la definitiva derrota de un régimen legitimo. Narrativamente valiente, José Manuel del Río hace una afinada ilustración ficcional de aquella Barcelona en el que la bajeza humana tomará la delantera sobre los ideales. Su valentía se revela por partida doble cuando se presenta el reto actual de luchar contra las tesis revisionistas sobre las causas de la guerra civil española y la ofensiva ideológica contra la legitimidad del gobierno del Frente Popular y de la Segunda República.  Por muy indigesta que pueda resultar esta obra para aquellos centrados en una lectura  ideológica del acontecer pasado o por dolorosa que nos resulte a los que luchamos por la recuperación de una memoria histórica y democrática que restituya la dignidad de las victimas del franquismo, una cosa es cierta, y es que  José Manuel del Río hace de la literatura un instrumento con el que ponernos delante de una verdad infalible.  

FICHA TÉCNICA

Autor: José Manuel del Río 

Título: La milicia de la noche.

Editorial: Ediciones B

Lugar de edición: Barcelona

Año de publicación: 2020

Numero de páginas: 493

Colección: La Trama. 

 

 

EL CARIÑO EN TIEMPO DE GUERRA: SOBRE «LA CIUDAD DEL ALMA DORMIDA» DE FELIX G.MODROÑO

Félix G. Modroño ( Portugalete,1965), es un autor de un ya significativo recorrido  que se ha movido  entre el género negro y la novela histórica. Me atrevería a decir, a ese respecto, que su escritura se me antoja más vocacional y sincera  en la ilustración literaria de  los grandes episodios nacionales que en la de las investigaciones policiales : De ahí que el mismo no se haya sentido demasiado cómodo con la etiqueta de autor « Noir».  Revelándose un devoto de lo histórico, no podía esquivar en su creación literaria el siempre recurrente tema de la guerra civil española .En relación a esto debe mencionarse su obra « Secretos del arenal », ( Algaida,2014) , galardonada con el Premio Ateneo de Sevilla y que nos hizo viajar por la realidad  franquista en la Andalucía  de la inmediata posguerra, con el universo del falangismo y sus entresijos  como telón de fondo. No cabe duda que es mérito de Modroño poner luz  al  acontecimiento colectivo a través de la experiencia de personajes anónimos con los  que logra mantener la magia de lo ficcional sin perder la perspectiva de la verdad histórica. Dicho esto, es como si su última obra, «  La ciudad del alma dormida »( Ediciones B, 2020),  viniese a ser un compromiso pendiente con sus lectores en general y en particular con aquellos que, como es el caso de un servidor, llevan un cierto tiempo interesándose por las relaciones entre literatura y memoria histórica. Vasco de nacimiento y de corazón, cabe pensar  que su nueva novela también es el saldo de una deuda consigo mismo. Y es que, más allá de la dimensión narrativa,  en la que el autor sigue puliendo su pluma desde el cuidado de la estética sin caer en el barroquismo,  se trata de una obra escrita desde las entrañas, donde lo literario no se disocia de la relación pasional de Modroño con sus propios orígenes y arraigos culturales.

                 

Bilbao, finales de 1935. Ignacio Segurola  es  un incondicional  del Atléctic  y periodista que trabaja para el rotativo Euzkadi. El crimen terrible de una prostituta le brinda la oportunidad de salir de la rutina de la crónica deportiva a la que se dedica habitualmente, estableciendo una estrecha complicidad con un conocido detective bilbaíno, Fernando Zumalde, al que todos apodan  el «  Comisario ». Ambos se afanarán en aclarar el asunto en medio de sospechas que apuntan a una  situación política internacional asolada por el ascenso de los totalitarismos. Sin tener vocación de novela negra, ese mismo asesinato va a planear a lo largo de toda la historia. Pero es sobre todo la ilustración de la parte más humana de Ignacio Segurola   lo que de verdad arrastra de la trama. De espíritu tranquilo,  Ignacio se siente atraído por la empleada de una librería, Irene, una chica pelirroja, miope y originaria de Guernika. Aspirante a escritora, también vive enamorado de ella Koldo, un joven ingenuo y algo insulso con el que le une una amistad de infancia. Pese   a no ser correspondido, Koldo   le regala a Irene una máquina de escribir. Quiere que cumplan sus sueños como poetisa. Les vincula una mezcla de amor platónico que consuela a Koldo de una relación imposible. Ignacio acude a menudo a la librería de Tere Verde, la jefa de Irene , quien terminará por fijarse en Ignacio. Seductor, se presta a un idilio con el periodista. Con ganas de vivir, Ignacio dedicaba el tiempo a disfrutar de la vida lúdica de Bilbao, sobre todo en compañía  de su amigo Kepa, un joven homosexual, hijo de un oligarca local y que aspira a convertirse en un verdadero actor de teatro gracias a los pequeños pinitos que va haciendo en la compañía de Margarita Xiru, que en esos momentos está representando en Bilbao la obra de García Lorca, «  Bodas de sangre ».

Pese al ambiente político cada vez más enrarecido, la existencia sigue en un clima de felicidad, proyectos y sueños, que se entremezcla con las aventuras de la vida nocturna y en medio de la cual se le brinda al lector los placeres de las tradiciones populares y cultura gastronómica y vinícola bilbaínas. Al tiempo que Ignacio prosigue su relación algo ambigua con Irene, mantiene su interés por el caso de la prostituta asesinada, así como la relación con el detective Zumalde, en la expectativa de darle un giro a su carrera periodística. Sin embargo, la ambición de escribir un gran artículo sobre dicho crimen choca constantemente con la situación de polaridad social e ideológica, que acapara todas las portadas. Las elecciones legislativas de 1936 y el triunfo del Frente Popular agrava la coyuntura sin que en realidad nadie consiga imaginarse el orden de los acontecimientos venideros.

El estallido de la guerra civil cambiará  para siempre la cotidianidad de todos, mientras Bilbao acaba perdiendo su luz y el periplo de los protagonistas muta en desgracia, odio, rencor y miedo. Los bombardeos sobre Guernika por parte de la Legión Cóndor termina de sembrar el drama y el dolor en las gentes. A partir de ahí, el destino se mostrará en su faceta más cruel, especialmente para Ignacio e Irene, abocados a la separación tras la prematura caída de Bilbao y la implacable represión de los Nacionales. Sin embargo, los difíciles caminos que les tocará emprender a ambos no impide  que el amor que se profesan consiga sobrevivir a las circunstancias.

         

Felix G. Modroño recrea con rigor la realidad política y social de Euskadi en los años treinta, sin obviar los orígenes  reaccionarios del nacionalismo ; el profundo tradicionalismo de la sociedad vasca y su complicada relación con un mundo republicano y anticlerical,  al que tiene por  un aliado de coyuntura en nombre de la preservación de una identidad cultural y conciencia colectiva. En ese sentido hay que  reconocerle el buen manejo de la ambientación histórica sin caer en la pura disertación de manual académico, vicios habituales de muchos autores con tendencia agotar la paciencia del lector y desvirtuar la esencia de las propias tramas. Félix G.Modroño sabe dosificar la exposición de la cronología colectiva en beneficio de las experiencias individuales, que en el caso de su obra  apuntan al sufrimiento humano ante un  drama compartido frente al que solo queda el grito de la impotencia. . La ideología, casi siempre inevitable en toda la tradición narrativa en torno al episodio histórico de la guerra civil, parece borrarse   en pro de una evidente relación sentimental del autor con sus propios orígenes personales y la ciudad de Bilbao. Se puede decir que la novela no es maniquea, aunque tampoco se sitúe del todo en la equidistancia, que es la trampa  que suele tender cierto revisionismo reaccionario, en búsqueda  de una fuente de legitimación histórica al alzamiento del 18 de Julio. Novela de personajes, la obra de Felix G. Modroño cumple lo que debió  ser su objetivo inicial, o sea, profundizar en la subjetividad y los sentimientos de sus protagonistas, recordándonos que siempre existe la posibilidad de serenar nuestra relación con el pasado, por doloroso que haya sido, dejándole un pequeño hueco existencial a una esperanza alentada por el propio cariño.

AMELIA NOGUERA, UNA ESCRITORA CONTRA LA MEMORIA VANA : SOBRE «EL PASEO DE LOS CANADIENSES»

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Los sistemas de apropiación del pasado suelen ser rehenes de entramados ideológicos de los que, por desgracia, ha terminado por participar una investigación historiográfica a la que le correspondería cumplir con la virtud del rigor y no  con el vicio del sesgo. Siempre he pensado que allí donde la ideología y las propias ciencias sociales optan por la memoria fragmentada o directamente, por la desmemoria, la literatura y la ficción han de tomar la antorcha de la verdades  individuales frente a las medias verdades o silencios institucionalizados. De mutismo oficial fueron objeto durante décadas los hechos de Málaga de 1937, ocupada por los nacionales después de una deserción vergonzosa del ejercito republicano.  El éxodo de  miles de civiles en la carretera costera de Almería, más popularmente conocida como «Paseo de los canadienses»  y los ataques de la marina franquista y la aviación italiana contra la población, es uno de los hechos que más han sido sometidos  a la amnesia histórica. Mérito ha sido de las asociaciones para la Memoria Histórica y de algunas voces  anónimas recuperar el recuerdo de unos acontecimientos que, junto a Guérnica, constituyen quizás una de las mayores atrocidades acometidas por los franquistas durante la guerra civil . Es de la memoria de esos hechos que ha pretendido hacerse eco la escritora Amelia Noguera  con su última novela, a la que brinda  precisamente título el nombre de aquella carretera sembrada de crueldad, inhumanidad  y muerte, «El paseo de los canadienses» (Berenice,2019).

Una escritora a la que Amelia Noguera no da nombre, pero bajo la que subyace la subjetividad e inquietudes históricas de nuestra autora, se interesa por los hechos acaecidos en Málaga en 1937 : en gran medida desconcertada por el silencio del que son objeto. Paso a paso, su escritura se convierte en el traslado a la ficción de una serie de testimonios e historias orales. La principal de ellas,  la de Azucena, una mujer anciana que vive en el exilio y a la que Noguera convierte en la gran testigo de un drama colectivo, al igual que en la  narradora de una historia personal a través de la que se pone luz a uno de los episodios más trágicos de la primera mitad de la guerra civil española.

Preadolescente, Azucena se ve obligada a abandonar Málaga en pleno asedio de los nacionales. Sigue a su madre, Fernanda,   mujer casada con un republicano alistado en el Ejercito Popular. Durante la desbandada colectiva, se cruza con Martina, otra niña, hija de un padre alistado en el bando franquista tras desertar de las tropas republicanas y una madre embarazada, Isabel y nieta de una rica terrateniente, doña Ángela.  Las diferencias sociales  y  distinta ubicación ideológica y posición respecto al Alzamiento del 18 de Julio, no es barrera para que las dos niñas vayan forjando amistad, ajenas al odio entre los dos bandos que dinamiza la guerra. Juntas, afrontarán el camino de sufrimiento y muerte que van presenciando en la carreta de Almeria. Azucena irá perdiendo la inocencia, confrontada de forma prematura al mundo de los adultos y la maldad humana, mientras que Martina, educada en los preceptos cristianos más rigurosos al igual que todas las niñas de su clase, empieza a dudar de su  fe y pensar que Dios  no es tan bondadoso como le han enseñado. Su propia madre, Isabel, vive atormentada por algo que ha hecho y se pregunta si la desgracia que le ha tocado en esa carretera de Almeria no es en realidad un castigo de la providencia y el pago por un pecado mortal. A medida que avanza el tiempo, Azucena y Martina van descubriéndose a si mismas. A través de la mirada de las dos niñas, Amelia Noguera nos retrotrae a la realidad histórica de la represión franquista en Málaga, recordándonos a figuras siniestras como Queipo de Llanos o el propio Carlos Arias Navarro, pero también la violencia sexual y las vejaciones a las mujeres republicanas por parte de los nacionales, sin olvidar de mencionar el cinismo y complicidad con el franquismo de la colonia de británicos económicamente acomodados y residentes en Málaga. De ese mundo de venganza y represión solo puede protegerles la poderosa abuela, doña Ángela.  Amelia Noguera da quizás un ligero resbalón narrativo respecto a la figura de doña Ángela , que huelga por momentos de verosimilitud  y  no cuadra con la realidad sociológica, los valores culturales y perfil ideológico de las oligarquías terratenientes y caciquiles del sur de España, imbricados en un fascismo crudo y abrupto, siempre en contraste con ese fascismo mucho más intelectual del mundo urbano. Autora cuyas obras siempre han trabajado la psicología de los personajes, Noguera quizás haya querido poner su pluma al servicio de la dimensión más humana de los protagonistas, por encima de los maniqueismos  y las interpretaciones excesivamente ideológicas de la tragedia colectiva. No hay motivo para no pensar que en el océano de la maldad humana siempre puede quedar alguna gota de bondad y generosidad.

Amelia Noguera añade los testimonios novelados de los componentes de los dos bandos, entre ellos, la de un falangista, un anarquista y una enfermera del Socorro Rojo, donde se entremezclan el espíritu de la soberbia, la culpa y el altruismo. Cabe mencionar la aparición de Arthur Koestler, el espía de la NKVD,  el famoso autor de El cero y el infinito, que terminó por convertirse en un campeón del anti-comunismo. Sin olvidar al doctor Bethun, el conocido médico canadiense comprometido con la causa de la República y al que también dio vida Almudena Grandes en «Los pacientes del doctor García». La ficción y la realidad, la experiencia individual y el acontecer colectivo interaccionan a lo largo de toda la novela, al mismo tiempo que la historia oral anónima compensa las lagunas de la historia oficial.

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 Amelia Noguera 

No es la primera novela de Amelia Noguera ambientada en la guerra civil, pero sí la que más ha hecho hincapié en el sufrimiento humano explicado a través de la mirada inocente de dos niñas. Podría dar por válidos los comentarios sobre el agotamiento narrativo en torno a la guerra civil española si su tendenciosidad no se revelase tan flagrante. Nuestros vecinos galos llevan décadas tratando literaria y cinematográfica la Francia de los 40, la Ocupación nazi y el régimen de Vichy, sin que nadie se formalice por ello. Sigo insistiendo en que el verdadero reto consiste en saber innovar las estructuras narrativas sobre un episodio histórico de recuerdo insoslayable que marcó un antes y un después en el destino político y social de nuestro país. En una coyuntura de auge mediático de ciertos historiadores con vocación de grafiteros de retrete y de  renacer de una extrema-derecha política demagógica que pretende darle fuente de legitimidad a las peores atrocidades cometidas en nuestro pasado más reciente, no puede menos que agradecerse el papel de la literatura y la voz de autores y autoras que, como Amelia Noguera, oponen resistencia a la memoria vana ante los peores crímenes colectivos.

DISIDENTE EN LA DISIDENCIA : REFLEXIONES SOBRE UNAMUNO, AMENÁBAR Y «MIENTRAS DURE LA GUERRA» .

 

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Uno de los estrenos cinematográficos más comentados de los últimos tiempos ha sido sin duda el film de Alejandro Amenábar, «Mientras dure la guerra» (2020): Una superproducción arropada por una formidable campaña promocional que garantizó, como no podía ser menos, un indiscutible éxito de taquilla. A decir verdad, los trailers, adecuadamente elegidos, así como la fotografía, de indiscutible belleza,estaban abocados a ejercer un poder magnético sobre el público. Puesto que soy de esperar antes de decidirme a mirar cualquier película sobre cuyas virtudes o maldades acostumbran a producirse insoportables bombardeos, debo decir que vi el film de forma más tardía que los demás y después de oír toda suerte de comentarios que se dividían a partes iguales entre el elogio ciego, la denostación enrabiada,la alabanza sin pasión y la crítica templada. Vista la trascendencia histórica e intelectual del tema y del personaje que pretendió abordar el cineasta, así como mi confesada devoción por las cuestiones relacionadas con la guerra civil y la memoria histórica, no podía otra cosa que pararme a analizar la película una vez fuera de cartelera y por fin terminado el machaque mediático en pro y contra del film.

La voluntad de Alejandro Aménabar de abordar la figura social del intelectual como protagonista de su reciente creación cinematográfica se me antoja loable y  coherente con la personalidad y compromiso del director en un contexto de abierto repunte del más rancio reaccionarismo. No hace falta precisar, a ese respecto, que Alejandro Amenábar nunca  ha ocultado la voluntad de hacer de su nueva entrega un recordatorio histórico sobre los males de la experiencia fascista en general y del franquismo en particular.

Unamuno

Al mundo intelectual español de la primera mitad del siglo XX le tocó reflexionar sobre los dos grandes hechos históricos que marcaron el destino colectivo de nuestro país : El desastre de finales del XIX con la Guerra de Cuba, que sembró el sentimiento de decadencia y abrió al mismo tiempo las compuertas del pensamiento regeneracionista, y la guerra civil, que eternizó el irresoluto tema de la integración nacional con la lucha de clases y las cuestiones religiosas y militares como telón de fondo. Representante  de la Generación del 98, Miguel de Unamuno fue sin duda uno de los símbolos de esa intelectualidad contemporánea que nadó  entre la vocación por revitalizar la vida colectiva y las contradicciones personales, políticas, intelectuales y morales frente el denominado drama de España. Socialista en su juventud, liberal y republicano en la madurez, el rector de la Universidad de Salamanca se convirtió en un disidente de las ideas que movieron su primera y dilatada trayectoria, para convertirse al final en un disidente de su propia disidencia. Favorable al Alzamiento del 18 de Julio de 1936 tras unas circunstancias que determinaron su desafecto por la evolución de la Segunda República tras el triunfo del Frente Popular, volverá sobre sus pasos. Hecho que quedó sintetizado en su famosa frase  dirigida a los franquistas con motivo de la celebración del llamado Día de la Raza, el 12 de octubre de 1936 : «Venceréis por que tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convencéries, porque convencer es persuadir y para persuadir se necesita del derecho y la razón. No os ampara ninguna de las dos cosas».  Pronunciamiento acaecido en el anfiteatro del Rectorado de la Universidad de Salamanca, Unamuno dio testimonio de una rectificación pública de su apoyo a los militares rebeldes. No hay prueba escrita de que esas hubiesen sido literalmente sus palabras,  pero no es menos cierto que se convirtieron en una verdad establecida con la que el pensador fue rescatado de la deshonra política a la que bien podía haberse visto abocado en medio de la confusión mental provocada por los endemoniados acontecimientos históricos. Lo que ha permitido ofrecer una imagen más o menos homogénea del filosofo y en la que se han reconocido buena parte de los cronistas del mundo cultural español. Una diferencia sustancial en relación a otros intelectuales originariamente republicanos como José Ortega y Gasset o Gregorio Marañoncuya honorabilidad política e intelectual solo ha sido salvaguardada pasando de puntillas en lo referente a  sus evoluciones personales durante la guerra y la posguerra, en pro de una exaltación de  sus etapas más amables  anteriores a la catástrofe colectiva del 1936.

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Amenábar parece haber sido rigurosamente fiel a los hechos y los últimos momentos  del autor de » La tía Tula», erigido en un disidente por partida doble. Tampoco debería suscitar objección la interpretación de Karra Elejalde encarnando al rector, dado que supo transmitir el espíritu de un hombre en la ancianidad, la duda y el conflicto personal y familiar a raíz de su primer apoyo a la sublevación.  Todo hay que decirlo, el ambiente cotidiano junto a sus hijas María y Felisa, magistralmente interpretado por Patricia López Arnaiz e Inma Cuevas,  adolece sin embargo de un aburrido costumbrismo al que solo consigue darle un interesante giro narrativo el personaje de Ana Carrasco, viuda del alcalde socialista de Salamanca, Casto Prieto Carrasco y  cuyo papel recayó en la actriz Nathalie Poza. Elejalde acertó al reproducir la personalidad insoportable de Unamuno y su conocida tendencia a escucharse a si mismo que comentaban y sobre la que ironizaron sus contemporáneos. La relación con su discípulo, Salvador Vila, interpretado  por Carlos Serrano-Clark, ayuda en mucho al espectador a tener una visión global de la evolución del intelectual a lo largo de los años.  El entramado castrense, las intrigas y conspiraciones entre las diversas facciones del ejercito en torno al mando de la Jefatura del Estado y las dudas sobre la idoneidad de Franco como jefe supremo del movimiento nacional son de igual rigurosidad.  Hay coincidencia, a ese respecto, sobre el estilo muy pedagógico con el que Amenábar ha querido presentar  su  historia.

Película coral en la que desfilan una multitud de personajes históricos de desigual trascendencia, el director resulta menos acertado en el momento de ilustrar el entorno político e ideológico que envuelve la trama. Desde luego, el actor Eduard Fernández, metido en el papel de José Millán-Astray , no da la talla: queda obviada la parte más siniestra del fundador de la Legión, apareciendo como un hombre casi cómico, que no deja al espectador ver con claridad la monstruosidad de una personalidad basada en el machismo más exacerbado y un  pensamiento fascista crudo llevado hasta sus últimos extremos. Algo igual puede decirse sobre el actor Santi Diego , que tampoco dio la impresión de desenvolverse demasiado bien en el personaje de Franco, que aparece totalmente plano, amorfo, incoloro. Ponerse en la piel de un dictador no debe ser tarea fácil para un actor, pero no habría estado de más que el director hubiese tenido mejor criterio en el momento de decidir el reparto. El comentario puede hacerse extensivo a la propia figura de Carmen Polo, interpretada por Mireya Rey,  que representa a la mujer del tirano bajo una faceta afable que hace omisión del patetismo que caracterizó al personaje real. El general Emilio Mola, encarnado por Luis Callejo resulta insulso y poco comparable a la excelente interpretación del militar golpista que hizo Manuel Morón en el telefilm «La conspiración» (2012), dirigido por Pedro Olea.    Salva los muebles la magnifica interpretación de Tito Valverde como Miguel Cabanellas. un militar republicano, liberal y francomasón,  presidente de la llamada Junta de Defensa Nacional,  conocido por su oposición a las ambiciones  de Franco y al que correspondió la restitución de Unamuno como rector tras su destitución por parte del gobierno de la República.   Puede que Amenábar se esforzase en colocar a cada cual en su sitio adecuado de cara a no sepultar al personaje principal y el actor que lo encarnada.  Incluso en no caer en el puro ideologismo  o el revanchismo del que sin duda podían haberle acusado los sectores más reaccionarios de la derecha : la cual, a pesar de todo y con una nada disimulada tendenciosidad, se ha quedado sola en la crítica a la película. Pero esa apreciable ponderación y equidad de Amenábar no justifica contradecir  la realidad de la cuestionable y auténtica personalidad de algunos de los protagonistas históricos que aparecen a lo largo del film. El director renunció a la   valentía en el momento de hacer hincapié en la perversidad política y humana de algunos de los artífices del alzamiento del 18 de julio.

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De tener que prestarnos a un balance global, puede decirse que «Mientras dure la guerra»  apela a mucha paciencia, resultando por momentos plomiza, para al final quedarse corta en sus objetivos. Lo que exige despejar la incógnita sobre porqué tanta pompa y platillo sobre un film acerca del que solo hay una indiscutible certeza : frustra las expectativas que la campaña publicitaria se esforzó en alentar en el espectador. Todo director y guionista tiene sus luces y sus sombras, sus aciertos y desaciertos. Amenábar gozó de un momento feliz con » Los otros» (2001)  y «Mar adentro» (2004) para después brindarnos productos de más matizable calidad.  Ambicioso y creativo director en el ámbito del suspense y el drama, no se puede decir que siempre alcance lo que busca cuando toca el género histórico.  Ágora (2009) , por poner solo un ejemplo, es un auténtico martirio. Tampoco parece haber logrado lo que muchos esperábamos de  su última producción. El gran problema del género histórico no estriba en lo qué se cuenta ( y no cabe duda que Amenábar suele ser documentalmente muy afinado), sino en cómo se cuenta,( en lo que no siempre se encuentra el punto y la dosis). Señalado esto, injusto no sería reconocerle el mérito de haber rescatado una figura como Miguel de Unamuno en medio de un contexto de contra-ofensiva ideológica y de obsceno revisionismo reaccionario sobre los protagonistas históricos de la guerra civil y la propia dictadura franquista.